Aunque en los países desarrollados esté muy normalizado su uso y acceso, lo cierto es que el agua es un bien estratégico y esencial a escala global y cumple un papel crucial en el desarrollo económico, la cohesión social y la estabilidad de las relaciones internacionales.
A pesar de su aparente abundancia, su distribución es muy heterogénea. En regiones como Oriente Medio, el Sahel, el Cuerno de África y partes de Asia Meridional su escasez es una realidad diaria. En contraste, países situados en zonas templadas y tropicales suelen tener acceso a abundantes fuentes de agua dulce.
Esta disparidad influye en la capacidad de las naciones para desarrollarse económicamente. Las áreas con recursos hídricos restringidos enfrentan mayores obstáculos para mantener la producción agrícola y satisfacer las necesidades básicas de sus poblaciones, lo que aumenta su dependencia de las importaciones y los hace más vulnerables a las fluctuaciones del mercado global.
El desafío del crecimiento demográfico
El aumento de la población mundial en las últimas décadas ha intensificado la demanda de agua a niveles sin precedentes. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), se prevé que la producción de alimentos necesaria para 2050 aumente en un 50% en comparación con los datos de principios del siglo XXI. Este crecimiento exponencial ejerce una presión adicional sobre una materia cada vez más escasa.
La agricultura, que representa alrededor del 70% del consumo de agua dulce disponible, es particularmente sensible a estos cambios. Su uso eficiente es crítico para garantizar la seguridad alimentaria y la estabilidad económica.
El agua también es imprescindible en numerosos procesos industriales. En el sector energético, por ejemplo, las centrales hidroeléctricas —que generan más del 20% de la electricidad mundial— dependen completamente del acceso a grandes volúmenes de este líquido. Asimismo, su alcance se extiende a muchas otras industrias, como la textil y la turística, donde asume un rol igualmente decisivo.
Estrés hídrico: un reto global
Este concepto se refiere a una situación en la que la demanda de agua supera la disponibilidad de recursos hídricos sostenibles en una región. El problema se agrava a medida que la población crece y el cambio climático altera los patrones de precipitación, llegando a afectar —de diversas maneras— a gran parte del planeta.
En países como Alemania, el descenso del caudal del río Rin en 2022 debido a condiciones climáticas extremas forzó a la industria a reducir su actividad, evidenciando cómo puede afectar directamente a la economía. De manera similar, la disminución del tráfico en el Canal de Panamá por la falta de lluvias evidencia cómo las variaciones climáticas pueden tensar las cadenas de valor globales.
En regiones como Oriente Medio, el estrés hídrico se convierte en una cuestión de supervivencia. La carencia de agua puede provocar tensiones internas y, en casos extremos, pugnas entre comunidades y naciones.
El agua como garante de bienestar
El acceso al agua potable es un derecho humano fundamental. Sin embargo, el último informe conjunto de UNICEF y la OMS revela que más de 2 mil millones de personas en todo el mundo aún carecen de agua potable segura. Esta deficiencia contribuye a la propagación de enfermedades como el cólera, la fiebre tifoidea y la diarrea, que afectan especialmente a las comunidades más vulnerables.
Para abordar esta crisis, es trascendental implementar políticas que prioricen la inclusión y la justicia en la distribución de los recursos hídricos que puedan reducir las disparidades en el desarrollo entre diferentes regiones y grupos sociales. Garantizar el acceso universal al agua limpia no solo representa un objetivo de desarrollo sostenible (ODS), sino que también es un requisito indispensable para lograr la paz y la estabilidad global.
Potencial detonante de conflictos
La competencia por el agua tiene el potencial de desencadenar conflictos, especialmente en regiones donde es un bien insuficiente o está mal gestionado. Los ríos y acuíferos transfronterizos, como el río Jordán, son puntos críticos donde las disputas han agudizado las tiranteces entre naciones. En el caso del río Jordán, la rivalidad por el acceso a esta materia prima ha sido una fuente constante de fricción entre Israel, Jordania y Palestina, subrayando su importancia estratégica en una región marcada por la escasez.
En Asia Central, la desecación del mar de Aral, resultado de la desviación de ríos para la agricultura, ha llevado a conflictos entre los países que comparten estos recursos hídricos. La drástica reducción del agua ha causado daños ambientales devastadores y ha socavado las economías locales, intensificando las tensiones entre las naciones vecinas.
El cambio climático está exacerbando estos riesgos. Con la creciente frecuencia y severidad de las sequías, la presión sobre los recursos hídricos aumenta, lo que puede transformar las disputas por el agua en conflictos políticos y sociales si no se gestionan adecuadamente. En este contexto, la gobernanza del agua es fundamental, requiriendo políticas que fomenten la cooperación internacional y la gestión compartida.
Desalinización: una alternativa estratégica
Frente a los desafíos del estrés hídrico, la desalinización del agua de mar se posiciona como una solución estratégica. Aunque todavía presenta desafíos, como el elevado coste energético y el impacto ambiental asociado con su producción, los avances tecnológicos y las mejoras en eficiencia están consolidando su viabilidad para garantizar el suministro de agua en zonas áridas.
Con más de 20.000 plantas desalinizadoras en funcionamiento a nivel mundial, esta tecnología ha permitido a regiones como Oriente Medio mitigar la escasez de agua dulce. En Arabia Saudí, por ejemplo, más del 70% del agua consumida proviene de estas instalaciones.
El valor del agua, a menudo subestimado, trasciende su función básica de sustento de vida; impacta en la economía y la estabilidad social. Una gestión adecuada es imprescindible para el bienestar global. La cooperación internacional y la innovación en la administración de los recursos hídricos serán claves para garantizar un futuro en el que este recurso vital esté al alcance de todos.